Una tarde, Blasco Ibáñez, canta, delante de Miguel de Unamuno, las excelencias de París. Con amabilidad, empuja a Unamuno hacia la vidriera del balcón de la habitación del hotel del Louvre. La perspectiva es magnífica: todo lo largo de la avenida de la Opera a las cinco de la tarde cuando el sol pone reflejos de oro en las grandes lunas y el majestuoso edificio de la música... ¿Qué tiene usted que objetar de esto, don Miguel? Pregunta Blasco. Este es, sin duda, uno de los lugares más hermosos del mundo. ¿ Qué echa usted aquí de menos? Miguel de Unamuno se vuelve de espaldas, se mete las manos en los bolsillos del pantalón y dice con la mayor naturalidad: -¿Qué es lo que echo de menos en este lugar? ¡Gredos! Al día siguiente, comentando esta réplica de don Miguel, me dice Blasco: - Comprenda usted que es un hombre absurdo. ¿Qué tiene que ver Gredos con la avenida de la Ópera? Es como si quiere comparar la cabra hispánica con una de estas mujeres tan graciosas que aquí, en París, nos ...